‘Cómo gestionar nuestra propia autoexigencia (¡y más en AdTech!)’, por Patricia Iglesias
Diciembre. Llegamos al último mes del año. Ese mes en el que, entre comidas de empresa, dashboards finales y propósitos para el año nuevo, muchas personas se enfrentan a una sensación conocida, pero de la que se habla bien poco: la de no haber sido suficientes.
La de no haber llegado a todo. De no haber rendido tanto como se esperaba. De no haber brillado como otras personas. De no haber estado “a la altura”.
Y no hablo solo de resultados, sino de esa presión interna, silenciosa, muchas veces invisible, que se llama autoexigencia. Una compañera incansable para muchos/as. Y a veces, también una carga. En una industria como la AdTech, donde la inmediatez lo marca todo, donde todo es urgente y donde cada error pesa más de lo habitual en nuestra mochila, la autoexigencia se cuela como una aliada (o eso creemos)… hasta que deja de serlo.
Y diciembre es el momento perfecto para hablar de esto. Porque antes de hacer planes para 2026, quizá conviene revisar cómo nos estamos tratando a nosotros/as mismos/as. Duele, pero es necesario.
Autoexigencia no es compromiso.
Solemos confundir la autoexigencia con el compromiso. Pensamos que exigirnos mucho es sinónimo de darlo todo. De ser responsables. De tener ownership.
Y por supuesto que es importante responder con responsabilidad a los retos que asumimos. Yo voto por la responsabilidad. Y claro que es clave implicarnos y cuidar el trabajo que entregamos. Pero cuando la exigencia se convierte en una medida imposible, o cuando nos empieza a pesar demasiado, deja de sumar. Empieza a restar.
La autoexigencia mal gestionada no nos hace más profesionales. Nos hace más rígidos/as, más ansiosos/as, menos creativos/as y, aunque parezca lo contrario, menos sostenibles. Porque no se puede rendir bien desde el miedo, ni desde la ansiedad. No se pueden tomar buenas decisiones desde la presión interna constante. Y tampoco se puede innovar desde la culpa.
Nuestro sector no nos lo pone fácil. En AdTech todo pasa rápido. Se optimiza en tiempo real, se miden resultados al minuto, se toman decisiones con urgencia… La comparación es constante. La presión es alta. El benchmark nunca para. Y la tolerancia al error… no siempre existe.
En este contexto, es fácil caer en dinámicas donde lo que hago nunca parece suficiente. Y si le sumamos lo que hacemos en silencio y que no tiene visibilidad (apoyar a un/a compañero/a nuevo/a, mediar en un conflicto, sostener emocionalmente al equipo) el desajuste entre lo que damos y lo que reconocemos puede volverse brutal.
Y ahí es donde la autoexigencia crece: cuando damos mucho, pero sentimos que es poco. Cuando no sabemos parar. Cuando no nos perdonamos un fallo. Cuando no somos capaces de soltar nada sin sentirnos culpables.
¿Cuál es el precio de vivir en esa rueda?
Las personas autoexigentes suelen ser vistas como “muy válidas”, “muy capaces”, “muy responsables”. Pero por dentro, muchas veces, están al borde del colapso. O en él.
Las consecuencias son reales:
Fatiga crónica.
Insatisfacción constante (aunque todo vaya bien).
Dificultad para celebrar logros.
Problemas para delegar o pedir ayuda.
Comparación permanente con quienes “parecen llegar a todo”.
Y lo más peligroso: normalizar este estado. Convertirlo en nuestra identidad. Creer que solo somos válidos/as si estamos produciendo, rindiendo, resolviendo. Se genera desgaste, se pierde bienestar y se vuelve crónico.
Así que… debemos aprender a gestionarlo. Y no se trata de dejar de exigirnos. Se trata de exigirnos con conciencia.
Aquí van algunos enfoques y acciones que pueden ayudar:
Poner límites internos antes que externos.
No todo lo que nos agota viene de fuera. A veces somos nosotros/as mismos/as quienes no paramos de buscar el “más”.Aprender a decirnos “hoy ya es suficiente” es un ejercicio diario de autoescucha.
Reemplazar la autoexigencia por autoevaluación.
Pregúntate con honestidad: ¿desde dónde me estoy exigiendo? ¿Desde el deseo de crecer o desde el miedo a fallar? ¿Qué me diría a mí misma/o si fuera mi mejor amiga/o?Revisar expectativas (propias y ajenas).
¿A qué estás intentando llegar realmente? ¿Cuánto de eso es tuyo y cuánto es una expectativa heredada del entorno? No todo objetivo autoimpuesto es sano. Hay que diferenciar entre el reto que motiva y la presión que asfixia.Celebrar lo cotidiano.
No esperes a los grandes hitos. Reconoce tu constancia, tu implicación, las veces que hiciste algo aunque nadie lo viera.La autoexigencia se equilibra con auto-reconocimiento.
Pedir feedback real.
Cuando la percepción interna se distorsiona por la exigencia, puede ayudar escuchar cómo nos ven desde fuera.Pedir feedback desde la curiosidad y no desde el juicio ayuda a reajustar esa mirada exigente.
Aceptar el error como parte del proceso.
Esto no es nuevo, pero sigue costando: errar no te hace menos válido/a. Te hace persona. Profesional no es quien no falla, sino quien aprende sin destrozarse en el intento.Las organizaciones debemos fomentar espacios seguros donde el error se vea de esta forma.
Hablar de todo esto no significa soltar la responsabilidad. Al contrario. Una cultura sana no se construye desde la permisividad ni el buenismo. Se construye desde la madurez. Y parte de esa madurez es saber liderarse a una/o misma/o sin maltratarse. El ownership también es esto: hacerse cargo de nuestros límites, de nuestros ciclos, de nuestras necesidades. No podemos ser sostenibles si somos crueles con nosotr@s mism@s. Y no podemos pedir a los equipos que trabajen con autonomía, innovación y confianza, si lo único que cultivamos es la presión.
Objetivo 2026: exigencia sí, pero con calma
Así que antes de ponerte los nuevos propósitos, te propongo uno más profundo: aprender a tratarte mejor mientras das lo mejor de ti. Gestionar tu autoexigencia no te hace menos profesional. Te hace más humano/a. Más coherente. Más sostenible. Y eso, en esta industria, es más necesario que nunca.
Que 2026 no sea el año en el que lo hagas todo. Que sea el año en el que te hagas cargo de ti.
Con compromiso.
Con límites.
Con propósito.
Y con menos juicio.
Porque tú también importas.
Y a ti, empresa / organización. Crea un ambiente donde esa persona pueda ser ella misma, sin miedo, con responsabilidad y compromiso, pero sin máscaras.
Por un 2026 más equilibrado.
Por Patricia Iglesias, Chief People & Culture Office de Techsoulogy
