‘¿Y si OpenAI siguiera el camino de Google y Facebook?’, por David Lahoz

En 1998, Larry Page y Sergey Brin escribieron en su paper académico que "los motores de búsqueda financiados por publicidad estarán inherentemente sesgados hacia los anunciantes y en contra de las necesidades de los consumidores". Cuatro años después, Google lanzó AdWords y construyó el imperio publicitario más lucrativo de la historia. Mark Zuckerberg rechazó durante años meter anuncios en Facebook, temiendo arruinar la experiencia del usuario. Hoy, Meta genera más de 130.000 millones de dólares anuales vendiendo acceso a nuestros datos e intimidades digitales.

La historia del capitalismo digital es clara: empieza con idealismo, acaba con publicidad. ¿Le tocará el turno a ChatGPT?

OpenAI nació en 2015 bajo una premisa casi utópica: investigación de inteligencia artificial para beneficio de la humanidad, sin ánimo de lucro. Esa filosofía romántica duró hasta 2019, cuando la realidad de entrenar modelos gigantes (GPT-4 costó más de 100 millones de dólares solo en computación) obligó a crear una estructura "con límite de beneficios". El giro era inevitable: o encontraban dinero, o cerraban el chiringuito.

ChatGPT llegó en noviembre de 2022 como una demo gratuita. El éxito fue explosivo: 100 millones de usuarios en dos meses, el crecimiento más rápido jamás registrado. Pero a diferencia de Google o Facebook, OpenAI tiene un problema: cada conversación cuesta dinero real en servidores y electricidad. No pueden simplemente escalar usuarios y monetizar después. Necesitan ingresos ya.

La respuesta inmediata fue ChatGPT Plus, 20 dólares al mes por acceso prioritario y mejores modelos. Funciona, pero tiene techo. Los planes empresariales aportan más, y Microsoft ha invertido 13.000 millones integrando la tecnología en sus productos. Aun así, las estimaciones sugieren que OpenAI sigue quemando más dinero del que genera. La pregunta no es si buscarán nuevas fuentes de ingresos, sino cuándo y cómo.

El manual ya existe

Google demostró la fórmula: mantén el producto limpio mientras acumulas datos masivos de comportamiento. En 2002 implementaron el coste por clic con subastas basadas en relevancia. Era brillante: los anunciantes pagaban solo por resultados, y los anuncios más útiles ganaban mejor posicionamiento. Esto preservaba la experiencia del usuario mientras generaba ríos de dinero. De 86 millones en 2001 saltaron a 237.000 millones en 2023.

Facebook refinó el modelo. No vendían espacios, vendían acceso preciso a audiencias. Conocían relaciones, intereses, comportamientos, datos demográficos. Su producto gratuito era carnaza: tú eres el producto real. Crecimiento de usuarios primero, algoritmo adictivo después, monetización al final. De 153 millones en 2007 a 134.000 millones en 2023.

La ventaja diferencial de ChatGPT

Si Google y Facebook tenían minas de oro, ChatGPT tiene acceso a la bóveda del banco central. La diferencia es abismal: Google infiere lo que quieres por tus búsquedas. Facebook deduce tus intereses por tus likes. ChatGPT sabe exactamente qué necesitas porque se lo cuentas directamente. La gente mantiene conversaciones largas, íntimas, detalladas. Hablan de sus problemas, miedos, aspiraciones, dudas. Revelan su personalidad, nivel educativo, situación económica, momento vital.

Es intención explícita en estado puro. No hay que deducir nada. Y lo captan justo en el momento de decisión, cuando buscas soluciones reales.

Un potencial camino hacia la publicidad

Imagina la evolución: empieza con "recomendaciones útiles". Preguntas sobre cámaras y el asistente menciona "las más valoradas este año son...". Con enlaces patrocinados discretos. Pocos protestarán porque parece genuino, útil. Luego vienen los patrocinios de contenido. Marcas que pagan por estar privilegiadas en los datasets de entrenamiento, asegurando aparecer en respuestas relevantes.

El siguiente paso: asistente comercial integrado. "Tu préstamo hipotecario podría mejorar con este banco" (que paga por aparecer). Comparadores "objetivos" que priorizan a quien invierte en publicidad. Integración con e-commerce: "¿Lo compro por ti?".

Después, publicidad conversacional nativa. Anuncios dentro de respuestas largas. "Por cierto, hay una oferta de...". Mención de marcas en ejemplos. Búsqueda patrocinada donde empresas pagan por aparecer ante ciertas preguntas.

Finalmente, el ecosistema completo: API publicitaria, datos de conversación vendidos (anonimizados, por supuesto), perfilado ultra-preciso. Potencialmente más invasivo que Facebook porque la conversación es más íntima que cualquier red social.

El dilema de OpenAI

Sam Altman criticó públicamente el modelo publicitario de Facebook. Ahora dirige una empresa que tiene la posibilidad de seguir el mismo camino. Es el dilema clásico: quieres cambiar el mundo, pero cambiar el mundo cuesta dinero, y el dinero viene con compromisos.

La diferencia crítica es que Google organiza información y Facebook conecta personas. ChatGPT se posiciona como asistente personal, casi como terapeuta digital. Meter publicidad ahí es como si tu psicólogo te recomendara productos entre sesión y sesión. Puede funcionar, pero debe ser más sutil o la confianza se destruye.

OpenAI introducirá publicidad. Lo llamarán de otra forma: "socios verificados", "recomendaciones premium", "colaboradores de confianza". Empezará en casos de uso comercial y se expandirá gradualmente. Dirán que mejora la experiencia. Quizá hasta sea cierto.

La cuestión no es si traicionarán sus principios fundacionales. Es si nosotros, los usuarios, aceptaremos que nuestras conversaciones más privadas se conviertan en otro activo publicitario. Porque al final, como ya aprendimos con Google y Facebook, cuando el servicio es gratis, el producto eres tú. Y cuando pagas 20 dólares al mes, el producto sigues siendo tú. Solo que ahora pagas por el privilegio. La ironía final es que probablemente le pregunté a ChatGPT cómo escribir este artículo.

David Lahoz, socio fundador de Naurus.eco

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