¿Y si el próximo gran dispositivo fuese el más odiado?
Los rumores son ciertos. OpenAI, el gigante que ya nos había convencido de que los modelos de lenguaje eran algo más que juguetes para frikis, ahora apunta a algo más físico. Un wearable sin pantalla, sin teclado, sin interfaz gráfica. Solo micrófonos y cámaras. Siempre escuchando, siempre mirando, siempre aprendiendo, y sí diseñado por el gurú Jony Ive.
Los titulares lo venden como “el próximo iPhone”, pero en realidad, esta historia va de algo más grande, mucho más grande.
Según ha trascendido, el plan de Sam Altman es lanzar 100 millones de estos “AI companions” a partir de 2027. El dispositivo se colgará del cuello, sin pantalla, y actuará como un asistente ambiental 24/7. Su función no es entretener ni facilitar tareas cotidianas como Siri. Su propósito es sustituir al smartphone como epicentro de nuestra vida digital.
A simple vista, parece una jugada brillante: reducir nuestra adicción a las pantallas, con un interfaz invisible que “entiende” el contexto y actúa por nosotros, pero bajo esa capa de nobleza, el movimiento es una bomba nuclear en la relación entre tecnología, privacidad y poder.
Esto no es Google Glass
Muchos recordarán las carcajadas que provocaron las Google Glass en su momento. Aquellos “Glassholes” fueron más un MEME que una revolución. La sociedad no estaba preparada, el dispositivo tampoco y sobre todo, la promesa no compensaba el coste (ni el económico, ni el social, ni el reputacional). El plan de OpenAI es aún más radical. Diseñar un dispositivo sin pantalla, sin “opt-out” real, que interpreta cada palabra, cada gesto, cada conversación, y no hablamos de un gadget que complementa nuestro teléfono, hablamos de una IA que se convierte en el filtro primario entre nosotros y el mundo. Lo que se está proponiendo no es solo un cambio de interfaz, es un nuevo contrato social con la tecnología, uno que no hemos firmado, uno que quizás no podamos rechazar.
¿Privacidad? Eso que ya no existe…
Los defensores del proyecto dirán que la privacidad ya murió, que el teléfono inteligente que llevamos en el bolsillo, las cámaras en las calles, los asistentes de voz en casa, y los algoritmos que predicen nuestras decisiones, ya cavaron su tumba. Y puede que tengan razón, pero esto es otra cosa. Esto va de ceder, de forma proactiva, cada segundo de nuestra vida a una entidad privada, que no hemos elegido democráticamente, y cuyo modelo de negocio, aún camuflado bajo la promesa de una "AGI (1) para todos", sigue siendo el de extraer, procesar y monetizar datos a una escala que ni Facebook ni Google soñaron jamás. Por eso, lo que se juega aquí no es si nos gusta o no el diseño, sino de si aceptamos que el futuro de la computación personal sea invisible, ubicuo, y no negociable.
¿Por qué ahora?
La pregunta estratégica es: ¿por qué un movimiento tan agresivo en 2025? Las respuestas están en la confluencia de tres vectores:
Fin del ciclo del smartphone. Apple ya no sorprende, los teléfonos son todos iguales y el mercado necesita un nuevo “momentum”.
Saturación de la nube. OpenAI no puede crecer al ritmo actual solo con APIs y suscripciones. Necesita anclar su tecnología al día a día del consumidor.
Guerra por la interfaz. Microsoft, Apple, Google, Meta… todos compiten por dominar cómo interactuamos con la IA. El que controle el “dispositivo AI” controlará las próximas décadas.
El dilema Altman
Altman sabe que el primer intento puede fracasar. De hecho, debería fracasar… porque el verdadero éxito llegará cuando la sociedad ya no pueda imaginarse vivir sin uno de estos dispositivos. Como ocurrió con el iPhone, como ocurrió con las redes sociales y como ocurrirá si todo va según su plan, con la computación ambiental. Habrá una primera versión fallida y luego una iteración mejorada, y luego una adopción masiva, y para cuando queramos darnos cuenta, será demasiado tarde para poner límites.
El verdadero problema
En el fondo, el verdadero debate no es tecnológico sino filosófico ¿Queremos que cada conversación sea “entrenamiento para la IA”?¿Aceptamos que el conocimiento íntimo de nuestras vidas esté en manos de una compañía privada? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ceder autonomía a cambio de conveniencia? Y quizás lo más preocupante… ¿Quién pondrá límites si esto funciona demasiado bien? OpenAI no está construyendo un gadget sino diseñando el marco operativo del mundo post-smartphone. Uno en el que la privacidad será un vestigio del pasado, y en el que las decisiones se delegarán en nombre de la eficiencia a una IA entrenada con nuestra vida entera
¿Revolución o distopía? El tiempo dirá, pero los que creemos en la tecnología con límites deberíamos estar tomando nota… y marcando líneas rojas.
(1) AGI significa Artificial General Intelligence (Inteligencia Artificial General). A diferencia de la IA actual (como ChatGPT o los asistentes de voz), que está diseñada para tareas específicas, la AGI se refiere a una inteligencia artificial capaz de realizar cualquier tarea cognitiva humana, con un nivel de entendimiento, razonamiento, aprendizaje y adaptación comparable al de un ser humano.
Puntos clave:
OpenAI lanzará en 2027 un wearable sin pantalla ni teclado, diseñado para registrar el entorno del usuario mediante cámaras y micrófonos.
El dispositivo promete reducir la dependencia del smartphone, pero plantea enormes desafíos éticos y de privacidad.
Si tiene éxito, este producto puede convertir cada aspecto de nuestra vida en entrenamiento para una IA omnipresente y dominante.
Este resumen lo ha creado una herramienta de IA basándose en el texto del artículo, y ha sido chequeado por un editor de PROGRAMMATIC SPAIN.
