“Hasta siempre, Raimon”, por Álvaro Rodriguez Albacete

Hasta siempre, Raimon.

Nos conocimos hace 25 años. Yo tenía 14 y ya le había dicho a mi madre, para su sorpresa, que quería ser publicista. Tú, amigo de mi tío Andrés, eras un joven de 27, de mirada viva y curiosa, risa nerviosa y contagiosa, con el pelo ensortijado (años más tarde me contarías cómo se conseguía el rizo perfecto, en tu vespino, con casco y paseando por las calles de Benicasim, qué presumido eras…) que llevaba Procter & Gamble en Mediacom. Recuerdo hasta cómo iba vestido ese día. Me llamaste tanto la atención que fue como estar escuchando al mismísimo Don Draper. Años antes, tu hermana Rosa ya te había inoculado la pasión por nuestro querido sector.

Todavía siendo universitario, me diste la oportunidad de trabajar en Carat. Pégate a Manolo Palacios y a Laura Barrera. Casi nada para un joven con mochila Eastpack que no había abierto un Excel en su vida. No me volviste a dirigir la palabra en todo el año y entendí que tu sentido de la meritocracia está por encima de cualquier ser humano. Esta fue una época donde Tulio, que te quería como a un hijo, confió en ese joven disciplinado con un sentido del deber y una inagotable responsabilidad en el trabajo, heredado de un comerciante de éxito, Julián, tu padre, al que siempre admiraste tanto. Con la discreción que siempre te caracterizó, fuiste consiguiendo todos los retos que te planteaste, construyendo una forma de hacer y de entender el negocio, basado en la honestidad y la honradez. Siendo una persona justa, escuchando a la gente, sobre todo a las voces discordantes, teniendo tiempo para todos (algunas veces poco para ti) y ofreciendo generosidad a raudales.

Álvaro, la camiseta bien pegada al pecho, así en vez de trabajo, es nuestra mayor afición”. Esa camiseta se llamó Carat. Y ahí creaste una legión, una familia. Cuando uno es un líder tan dulce, humilde, educado y humano como tú, los suyos se vuelven sus discípulos, y tú, Ramón, has inundado nuestro sector de tu sabiduría y de tu alma. Cómo lloraban tus compañeros al despedirse de ti. No más que tú, claro, el tipo más sensible que he conocido nunca. “¡Llegarán nuevas oportunidades y retos!”, nos decías con tu contagiosa sonrisa. Nunca te vi perder la institucionalidad, ni la compostura. Qué ser tan noble.

Pero todo no fue trabajo. Durante estos intensos años llevamos al Torneo de la Razón a Juanito, que le quedaba la ropa como a Messi, sin su zurda, pero que gastaba el mismo pundonor y entereza que tú. Jugamos a las miradas furtivas con ese bombón de pelo rojo llamada Inés, que tiene tu alma metida en su corazón. Nos fuimos a Miami a conquistar Latinoamérica, donde me regalaste una de las frases grabadas en mi alma. “Álvaro, yo todo lo hago así por si un día a Juan le cuentan quién es su padre, que sienta orgullo y respeto por cómo he hecho las cosas” ¡¡Y levantamos juntos 5 Champions!! Lisboa, Milán, Cardiff, Kiev y París. Decías: “Yo llevo la parpusa del Real, tu tío a San Pedro Bautista y tú la bandera de la Comunidad. Si no, no ganamos”. Te la he dejado en tu tumba, ya no la quiero. Sin ti, ya nada será lo mismo. En Cardiff, otra de tus asépticas revelaciones: “Álvaro, ahora somos amigos. Esto es bueno para nosotros y malo para nuestras profesiones”. “¿Y entonces, ¿qué hacemos?”, le pregunté. “Ahora tendrás que trabajar y demostrar el doble para conseguir el mismo negocio. Además ¡dicen que soy tu tío! Y si eso fuese así, entonces, JAMÁS haríamos negocios”, contestó.

Sebas, acertaste. ¡Y qué feliz le hiciste! “Menudo equipazo he montado”, contabas. Patricia, Sal, Mireia, Rocío, Bea… Joder Ramón, otro flechazo. Esta vez de una multinacional americana. Empiezo a pensar que tu corazón es tan puro y grande, que tiene amor para más de una vida. Y con esa ilusión fue todo el sector a tu puesta de largo. Los que te conocemos, sabemos que detrás de ese diccionario de protocolo con piernas, hay un niño tímido. Que lo preparaste con sumo detalle y que recibiste un merecidísimo baño de respeto de tu querido sector.  

Sé que mi falta de institucionalidad y sobriedad en mi obituario hacia a ti te va a molestar. Que sepas que yo también estoy enfadado contigo, por sentirte mal y no ir inmediatamente al médico. Lo debatiremos estos días, y lo solucionaremos como siempre. Hablaremos solo una vez de nuestra discrepancia, y jamás volveremos a tocar el tema.

Y de repente recibo un WhatsApp, “A Ramón le ha dado un ataque al corazón”, decía. Horas después, mi teléfono se inundó de preguntas sobre tu estado. No he conocido jamás a alguien que le quiera tanta gente. Aguantaste 11 días como el enorme luchador que has sido siempre y preferiste decirnos hasta luego, un martes de Semana Santa, discreto hasta el final. Y yo a 8.600 km, también me esperaste y pude darte el último adiós.  Me imagino que pensaste que no habría un tanatorio que pudiese albergar a tanta gente que te amaba. Cuando no podamos más, el dolor nos derrote y queramos volverte a sentir, Dios nos deja un doble tuyo, (Jaime, tu sobrino) que además de tener tu misma mirada y sonrisa, comparte tu bondad y carácter emprendedor, según tú me contaste.

Nos has dejado con el corazón roto, huérfanos, tristes y solos. Nunca podremos devolverte todo lo que hiciste por nosotros. Solo nos queda honrar tu memoria con todo lo que nos enseñaste y transmitir a las nuevas generaciones el espíritu Ramón Alonso. Ya se me ocurrirá algo para hacerte pasar un poco de vergüenza. Jamás te olvidaremos.

Te quiere, tu sobrino postizo.

Alvaro Rodríguez Albacete

 

 

 

 

 

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