‘El liderazgo emocional en la recta final del año’, por Patricia Iglesias
Se acerca el final del año. Y el cansancio empieza a ser visible.
Y es que hay un tipo de cansancio que no aparece en las métricas (menos aún si se están cumpliendo objetivos). No tiene gráficos, ni porcentajes, pero está. Y lo arrastran muchas personas a estas alturas del año. Es ese cansancio que no siempre se verbaliza, pero que sí se siente. En las conversaciones cortas. En las respuestas mecánicas. En la falta de ilusión. En la pereza emocional. Se sigue vinculad@ a la empresa, pero se nota pesadez, todo cuesta más, todo se hace más lento y pesado…
Es un cansancio que va más allá del sueño o de la acumulación de tareas. Tiene que ver con todo lo que ha pasado durante el año. Con lo que se ha tenido que aguantar. Con las decisiones difíciles. Con los cambios que llegaron sin avisar. Con las personas que se fueron. Con los equipos que se transformaron. Con las nuevas personas que llegaron y que han necesitado acogida, apoyo y tiempo. Con lo que se ha hecho, y con todo lo que no se ha podido hacer. Incluso con lo positivo. Con la intensidad.
Y ahí estamos, ya en noviembre, sintiendo que el cuerpo sigue, pero la energía no es la misma. Que la cabeza responde, pero a la que le cuesta ilusionarse. Que el equipo sigue funcionando, pero hay un desgaste emocional que se nota más de lo que nos atrevemos a reconocer. O sí, quizá sí se verbaliza si hay seguridad psicológica, pero no sirve de mucho porque con quien se hace, está igual.
Y entonces, la pregunta que hago es: ¿quién lidera eso?
¿Quién lidera el cansancio?
¿Quién lo nombra?
¿Quién lo hace visible?
Porque si no se dice, si no se permite hablar de ello, lo que se acaba normalizando es una narrativa generalizada de culpa, de exigencia y de desgaste emocional. Y eso, como ya sabemos, no suele acabar muy bien. Liderar el cansancio no es evitarlo ni negarlo. ¡Qué miedo nos da hablar de estas cosas!
Liderarlo es acompañarlo. Es entender que el final del año no es solo un cierre de proyectos o de cumplimiento de objetivos, es también un cierre emocional para muchas personas. Un momento donde se activa la necesidad de hacer balance, de recuperar energía, de revisar qué ha dolido, qué ha pesado, qué ha costado más de la cuenta. Liderar el cansancio es también dejar espacio para soltar. Para que no todo sea aguantar y llegar como sea. Para permitir que el equipo respire, se diga las cosas que no ha dicho, y se reconozca el esfuerzo no solo por los resultados, sino por todo lo que han tenido que vivir y avanzar juntos/as.
Y eso requiere de un liderazgo valiente. Del que se atreve a poner palabras donde hay silencios, a validar emociones y a mostrarse vulnerable (porque, probablemente, también esté cansado/a) sin miedo a perder autoridad, a cuidar el clima sin renunciar a los objetivos. El que sabe que el bienestar de las personas no es un tema trivial, sino una cuestión de sostenibilidad y estrategia a largo plazo.
A estas alturas del año, muchas personas no necesitan motivación. Necesitan reconocimiento. Y no me refiero al típico: “ánimo, que ya queda poco”, sino a alguien que diga: “entiendo que estás cansado/a, y no pasa nada. No te preocupes. Gracias por seguir aquí”.
Porque el cansancio también habla de compromiso. De haber estado presente, incluso cuando no era fácil. De haber dado sin medida. De haber cuidado del equipo, de haber sostenido procesos, de haber escuchado a los demás cuando quizá una/o misma/o también lo necesitaba. De haber ayudado a nuevas incorporaciones a aterrizar, de haber gestionado conflictos sin estallar, de haber tragado saliva en conversaciones incómodas, de haber adaptado el tono una y otra vez para que el mensaje llegara sin herir.
Es ahí donde se gasta la energía. No en el trabajo visible, sino en todo lo que no se ve. No olvidemos que, ante todo, somos sistemas. Y los sistemas también hay que saber liderarlos.
Desde People / RRHH, desde los mandos intermedios, desde los equipos de dirección. Liderar el cansancio no es solo poner pausas o irse de vacaciones. Es preguntar. Escuchar de verdad. Darse cuenta de quién ha bajado el ritmo. De quién se ha desconectado. De quién no habla como antes. De quién sigue tirando del carro, pero ya sin la misma fuerza.
A veces, lo único que necesitamos para volver a conectar es que alguien se acerque sin prisa. Que nos mire y nos diga: “va, dime, ¿Cómo estás de verdad?”. Sin evaluarnos. Sin corregirnos. Solo con la intención de estar. El final del año puede ser una trampa si lo llenamos de presión. Si lo convertimos en una carrera por cerrar todo sin mirar lo que nos ha pasado. Pero también puede ser un punto de inflexión si nos permitimos llegar de otra forma. Con honestidad. Con cuidado. Con humanidad. Y ahí está la clave.
No se trata de renunciar a la exigencia, ni al cumplimiento. Se trata de equilibrarla con escucha. De entender que no todo lo que mueve a las personas es el resultado. También importa el camino. Cómo se ha transitado. Qué se ha vivido. Qué vínculos se han fortalecido. Qué aprendizajes han llegado, incluso a través del dolor.
En noviembre (y durante todo el año), liderar bien no es hacer más. Es hacer distinto. Es aflojar un poco, no para relajarse, sino para mirar con más claridad. Es reconocer que no podemos vivir en sprint permanente, porque ningún equipo puede sostener eso sin romperse. Y si este año estáis cansados/as, no sois los/as únicos/as. Yo también lo estoy. Sí.
Muchas personas están igual. Y necesitan que lo digamos, que lo reconozcamos y que no lo vivan en soledad. Al final, llegar es importante. Pero llegar bien es lo que marca la diferencia. Liderar el cansancio es asegurarse de que, cuando crucemos la línea de diciembre, lo hagamos con las personas enteras.Con ganas de seguir. Con sentido. Con energía para volver a empezar.
Porque el cansancio no se soluciona con motivación. Se cura con cuidado. Y eso, al final, también es liderazgo. ES EL LIDERAZGO.
Por Patricia Iglesias, Chief People & Culture Office de Techsoulogy
